Llego al Jardin Majorelle temprano y aún así la cola para comprar la entrada no es precisamente corta. Me coloco tras el último de la fila y, mientras espero mi turno, voy oyendo acentos a mi alrededor que me hacen viajar hasta Inglaterra, después a Alemania, más tarde a Francia… a España. Cuando por fin llego a la taquilla una simpática joven me saluda y, a cambio de 50 dírhams –unos 4,5 euros-, me da mi entrada. En dos minutos ya estoy dentro de los jardines.
Solo tengo que cruzar la verja de acceso para darme cuenta de que, si hay algún lugar en Marrakech que destaque por su clase y elegancia, es este. Un completo oasis de paz y tranquilidad que poco tiene que ver con la ajetreada medina en la que me he despertado hace apenas dos horas. El camino a pie hasta aquí no ha hecho más que convencerme de que el jaleo y el caos son dos piezas básicas de la ciudad de Marrakech. Y, sin embargo, ahora parece que el tiempo se hubiera detenido.
El azul, con ese tono tan intenso y peculiar creado por el mismísimo Majorelle, lo inunda todo cuando me adentro en el parque. Al principio lo veo en algunas de las macetas y tinajas que decoran el jardín. Avanzo por caminos serpenteantes rodeados de vegetación, como si estuviera adentrándome en un bosque tropical. Todo luce precioso. Cuidado. De hecho, en algún que otro momento me cruzo con algunos jardineros afanados en la tarea de mantener el lugar impoluto –hasta veinte de ellos cuidan con esmero de este lugar-. Está claro que un parque como este debe de suponer un trabajo intenso y delicado.
El Jardín Majorelle es un increíble parque botánico creado hace 91 años por el artista francés Jacques Majorelle que se ha convertido, con el tiempo, en una visita obligada para todo aquel que viaje hasta Marrakech. El artista vivió en la ciudad marroquí durante los años de protectorado francés. Se dedicó al jardín como si se tratara de otro de sus cuadros, jugando con los colores y las composiciones, con las luces y las sombras. Se enamoró de la botánica y quiso compartir su enorme obra de arte con todo el mundo. Hasta que un accidente le obligó a volver a París, donde falleció. Entonces, el jardín botánico que él mismo había diseñado, quedó en el abandono.
Sin embargo unos años más tarde llegaron los salvadores de Majorelle. Y fue entonces cuando la fama del lugar estalló a lo grande. En 1980 el diseñador Yves Saint Laurent y su compañero Pierre Bergère se hicieron con la propiedad de la casa. Nadie hubiera querido que un lugar así se perdiera con la dejadez y el paso del tiempo, por eso la pareja se empeñó, no solo en mantener el parque, sino en mejorarlo. Y vaya si lo mejoró.
Pasear por el jardín es una verdadera delicia. Pude pasar horas en él, relajada y tranquila, parándome en cada detalle y fijándome en cada una de las plantas que decoran el lugar. Y tuve para entretenerme… hasta 300 especies diferentes hay repartidas por los jardines procedentes de los cinco continentes, entre las que destacan, sobre todo, las buganvillas y los cactus.
Pasarelas, fuentes… incluso hasta para un pequeño estanque hay espacio en el jardín Majorelle, donde una de las joyas de la corona es la casa estilo art decó en la que vivió sus últimos días el diseñador Yves Saint Laurent. La primera planta, que en la época en la que aún vivía Jaques Majorelle fue usado como taller, hoy día acoge el Museo Bereber. La parte de arriba, tanto en una como otra época, hizo las funciones de hogar de sus dueños. Vi cómo la gente tenía incluso que esperar su turno para poder fotografiarse frente a la puerta de la casa. Todo el mundo quería llevarse un recuerdo de aquel lugar.
Yves Saint Laurent solía decir que mientras se encontraba en su casa, a la que llamó Villa Oasis, en el jardín Majorelle, la inspiración para sus diseños crecía de una manera asombrosa. Incluso soñaba con sus colores, únicos e irrepetibles.
El diseñador falleció en París en 2008 y sus cenizas fueron esparcidas por el jardín Majorelle. En uno de sus rincones me encontré con un pilar de origen romano posado sobre un pedestal: se trataba de un memorial en su honor. Hasta allí se acercaba cada una de las personas que visitaban los jardines para rendirle homenaje.
Pasé un rato observando pensativa. Finalmente el gran salvador de un lugar tan especial había pasado a formar parte, literalmente, de su oasis. El artista se convirtió en parte de una obra de arte. Qué cosas. Y qué final tan bonito para una vida.
El Jardín Majorelle cuenta con una cafetería preciosa en la que parar a tomar un té moruno o un refresco –pagando cuatro veces más el precio habitual, eso sí-. También tiene una pequeña habitación con algunos carteles y pinturas de colecciones de Yves Saint Laurent.
Estuve allí este Diciembre y coincido 100% , un oasis de relax en el bullicio de Marrakech y la verdad es gustazo pasearse y oir el rumor del agua y los pajaros de fondo.
Habrá que agradecerle a Yves que le diera una segunda vida a este rincón magnífico de Marruecos.
Así es, Haciendoescala! Hay que darle las gracias porque lo cierto es que este rincón es una auténtica maravilla. Me sorprendió muchísimo. Esperaba encontrar un parque normal, no tenía demasiadas expectativas y salí de allí encantada.
Gracias por tu comentario y un saludo!! 🙂
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