Haciendo los deberes

Según nuestro coche avanzaba por las carreteras repletas de baches el paisaje iba mutando. Veníamos del sur de Etiopía, del Valle del Omo, donde el calor había sido insoportable. En esa época, febrero, la zona sur del país se encontraba prácticamente desértica. Sin embargo, tal y como pasaban las horas y nos acercábamos al el norte, íbamos empezando a encontrarnos con plantas y árboles en lo que parecía un entorno cada vez más tropical.

Nuestro conductor (en Etiopía está prohibido que los viajeros conduzcan, y con toda la razón del mundo) se las apañaba para sortear a niños, vacas, cabras y todo tipo de seres vivos que caminaban y cruzaban las carreteras sin contemplaciones. Había que tener los cinco sentidos puestos en la conducción, si no el final podía ser fatal.

De esta manera llegamos, tras interminables horas de camino, a Gambo.

Gambo es una pequeña comunidad situada en un entorno rural a unas horas de Addis Abeba. Allí, los misioneros de la Consolata llevan años trabajando para intentar ayudar a los más necesitados. El hambre es una realidad en este país, y más aún en lugares tan alejados de la capital.

El hospital que los hermanos de la Consolata crearon hace ya muchos años en Gambo logra atender hasta a 250 enfermos cada día. Es curioso que en este recóndito lugar se continúe hablando, actualmente, de enfermedades que nos suenan tan lejanas en el tiempo como la lepra. Gracias a este hospital se genera trabajo para muchos locales que, de esta manera, logran subsistir y alimentar a sus familias.

En Gambo también existe una escuela.  A ella acuden los hijos de todos los etíopes que logran trabajar en las instalaciones de los misioneros y alrededores. Hasta 300 alumnos se reparten en clases que van desde preescolar hasta 2º de ESO. Pero la escuela no es gratuita en Etiopía. Las familias tienen que pagar una cantidad de dinero simbólica al colegio para lograr facilitar el material escolar necesario. Esta cantidad suele suponer unos 20 birrs al año. No llega al euro.

Los alumnos de la clase de preescolar en Gambo

Sin embargo, a muchas familias les cuesta años ahorrar esta cantidad. Esto supone que sus hijos no pueden iniciar sus estudios hasta que el dinero es suficiente. Por ello, las clases están compuestas por niños de diferentes edades: porque no todos comienzan a ir a clase a la vez. Teniendo en cuenta que muchas familias cuentan con hasta 9 hijos, se les complica la misión de que todos puedan llegar a ir al colegio.

Atendiendo a las lecciones de la maestra

Esta fotografía la tomé en el colegio de Gambo. Allí no hay libretas. Ni lápices ni bolígrafos. No hay libros de texto. Esta función la desempeñan las paredes del aula y algunas cartulinas pegadas a ellas. Unas cuantas pizarras pequeñas y algunos trozos de tiza se reparten aleatoriamente por la clase. A quienes les toque tendrán la suerte de practicar algunos de los ejercicios. Los demás alumnos, aprenderán mientras observan a sus compañeros.

Dos hermanas, de diferentes edades, comparten clase

A veces una fuerte tormenta, que va de paso, interrumpe las clases. Es imposible hacerse oír cuando las gotas caen estrepitosamente sobre el techo de uralita de las aulas. Menos mal que la lluvia cesa al cabo de unos minutos y las clases vuelven a la normalidad.

Haciendo ejercicios en las pizarras

La mortalidad infantil en Etiopía es de 200 por cada 1000 niños y  la desnutrición es una de las causas más comunes. La mayoría de ellos no supera los 5 años de edad. Eso sí, los que logran seguir adelante se hacen fuertes para afrontar lo que les venga encima, aunque sea tan sólo hasta los 49 años: la esperanza de vida de los etíopes. La tasa de alfabetización es de un 42%.

Datos que suponen una bofetada de realidad. Datos de los que, a veces, no somos conscientes cuando viajamos. Datos que en ocasiones preferimos ignorar.

Momento gracioso durante la grabación en la clase con los niños