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Foto tomada por Chio Photography

Todo debió de comenzar así.

Eso es lo primero que me viene a la mente cuando desde mi asiento del avión de Norwegian en el que viajo, comienzo a atisbar los extensos campos de lava negra desparramados hasta prácticamente el mar.  Algo de paisaje verde más allá, olas enormes y blancas rompiendo contra la costa, alguna cabañita salpicada, como puesta ahí a propósito, para darle un toque de color a la estampa… Sí, estoy segura: hace millones de años todo debió de ser muy parecido a esto. En el estómago los nervios se hacen notar como un leve cosquilleo. Estoy a punto de aterrizar en un sueño, queda poco para adentrarme en él y me pueden las ansias. Llevo mucho tiempo esperando este momento. Ni siquiera he dormido en todo el viaje, y eso que los aviones suelen ejercer en mí un efecto narcótico digno de estudio (en ocasiones he llegado a incluso no enterarme de un despegue). Sin embargo entre las vistas y el wifi gratuito de a bordo, las cuatro horas y veinte desde Madrid han pasado veloces.

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Con una suavidad pasmosa, el avión posa sus ruedas sobre la pista de aterrizaje y sí, ya puedo decir que me encuentro en Islandia. La tierra de hielo y fuego. Esa gran desconocida para tantos. Germen de cultura inquieta, de una sociedad que sabe y se atreve a reivindicar sus derechos. De paisajes imposibles. De cascadas infinitas, praderas acolchonadas y vida salvaje. Sí, estoy en Islandia, un lugar de contrastes. Y en breve comenzaré a atravesar sus tierras, esas que parecen el decorado de cualquier película de ciencia ficción que envía a sus valientes a lugares inexplorados. Pero esta vez soy yo la que va a adentrarse en ellos.

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Rocío, de Chio Photography, me espera tomando café en un negocio del aeropuerto. Ella ha aterrizado unos minutos antes que yo procedente de Londres. Ya juntas recogemos el coche de alquiler que hemos contratado con Island Tours, empresa española especialista en viajes a Islandia, y nos ponemos manos a la obra. La mejor manera de descubrir un país como Islandia es de roadtrip y lo sabemos. Queremos llegar a donde nos plazca, parar donde nos interese. No estar sujetos a normas y horarios. Sentir la libertad.

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La temperatura regulable de los asientos calefactables se convierte desde el primer momento en mi aliado más grande. El termómetro marca muy poquitos grados en el exterior. Solo hay que ver la escarcha que colorea de blanco los bordes del camino para darse cuenta de que ahí fuera, hace frío. Avanzamos entre esos campos de lava que minutos antes pude disfrutar desde el aire y me siento feliz. La carretera es prácticamente para nosotras, una línea larga y sinuosa que parece llegar hasta el infinito. Ponemos rumbo a Reikiavik para allí enlazar con la Nº1, la carretera que rodea por completo la isla. En teoría, si no paráramos, en tan solo 18 horas podríamos hacer el recorrido completo y volver a nuestro punto de origen. Pero es un sinsentido, no existe forma de plantearse algo así. No llevamos ni veinte minutos conduciendo cuando comenzamos a dejar el coche a un lado en cada espacio que encontramos disponible. Islandia nos obliga a pararnos. A asombrarnos. A vibrar por dentro y por fuera con cada estampa que nos regala. “¡Mira ese paisaje nevado!! “¿Has visto ese campo de musgo?” “¡De aquella montaña sale humo! ¿O será vapor?”. “¡Madre mía! ¿Eso es una CASCADA???? Para ahora mismo!”.

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Solo contamos con apenas cinco días para adentrarnos en este país que tiene tanto que enseñarnos. No es suficiente y somos conscientes de ello, pero las circunstancias nos han llevado a poder escaparnos solo ese tiempo. Así que hemos marcado en el mapa una única zona para descubrir. Durante el tiempo que pasemos en el país intentaremos recorrer lo mejor posible la costa sur y el famoso Círculo Dorado.

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La radio suena y al viaje se suman las melodías de canciones islandesas. La música se hace también protagonista, y sin saberlo, se convierte en aliada de esos paisajes marcianos que aparecen constantemente ante nosotras. Probablemente tengan mucho que ver en la impresión que nos causan. Todos los sentidos están preparados para recibir información. Para asimilarla. Para grabarla para siempre.

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El primer día transcurre casi entre cascadas. Seljalandsfoss es la encargada de darnos la bienvenida, y lo hace con todas las consecuencias. El poder rodearla recorriendo un estrecho camino que la cruza por detrás, nos empapa. El frío nos congela los pies y las manos. Apenas soy capaz de apretar el botón de la cámara, mucho menos la pantalla del teléfono móvil. Pero se consigue. No podemos irnos de aquí sin inmortalizar desde todos los puntos de vista posibles la maravilla que estamos viendo. Un sendero más o menos marcado nos lleva hasta otra cascada, esta más escondida. No nos atrevemos a llegar hasta ella. Nuestros pies corren peligro de acabar mojados en un riachuelo y con este frío no es lo más indicado. Dejamos la pequeña excursión para “la próxima”. Siempre hay que pensar en “la próxima”.

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De vuelta en el coche nos calentamos lo suficiente para recopilar fuerzas y salir a hacer lo propio junto a Skogafoss. Mi mente es incapaz de calcular cuántos litros de agua derrama por segundo esta imponente cascada. Este fenómeno de la naturaleza de 62 metros de altura es espectacular. El sonido, atronador. La leyenda dice que un antiguo poblador escondió un cofre de oro detrás de ella y que a veces es posible verlo brillar a través del agua.

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El sol va a la conquista del horizonte a la vez que nosotras avanzamos kilómetros por la carretera. No sabemos quién será el triunfador, si él o nosotras, pero nuestro objetivo se encuentra aún a cierta distancia y queremos poder llegar a verlo con suficiente luz. La música sigue sonando en la radio. Los carteles con nombres impronunciables se suceden en los arcenes. Conduzco sin saber descifrar ni uno solo de esos lugares por los que cruzo. El cansancio del viaje se va notando, y la ruta se convierte en una mezcla entre realidad y ensoñación: el paisaje islandés está hecho para creer que aún no has despertado. O que estás inmerso en un cuento en el que pronto comenzarán a aparecer gnomos, elfos y hadas. La luz, a pesar de que la noche está cada vez más cerca, es increíble. El otoño en Islandia va acompañado de atardeceres cada vez más tempranos, no son ni las cuatro de la tarde y ya se intuye el final del día.

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Una hermosa iglesia de tejado rojo y torreón en punta, la primera de las muchas que encontraremos durante los días de viaje, es la señal de que estamos llegando a Reynisfjara. Lo hacemos. Y el momento no puede ser mejor. Las columnas de basalto, difíciles de diferenciar de la arena negra que se extiende por toda la playa, destacan frente al blanco de las olas que estallan en la orilla. Parecen los tubos de un inmenso órgano de iglesia. Dos grandes rocas sobresalen del agua frente a nosotras. Pienso entonces que la estampa no se puede comparar con absolutamente nada que haya visto antes. Entran ganas de tener el poder de paralizar el momento, de aguantarlo un poco más. Que los segundos se alarguen y el tiempo se pare. La oscuridad se adueña de todo minuto a minuto, entrecierro los ojos para enfocar mejor lo que tengo a mi alrededor y veo cómo el blanco de la espuma del mar sigue marcando las distancias: parece que la marea está subiendo poco a poco. Cuando vengo a darme cuenta, la media luna ya destaca en el cielo frente a nosotras. Ya apenas veo lo que me rodea. Ya es noche cerrada.

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Foto tomada por Chio Photography

Foto realizada por Chio Photography

Foto tomada por Chio Photography

Agotadas del largo día, dirigimos nuestro camino hacia el pequeño pueblo islandés de Vik, donde pasaremos la noche. Una acogedora habitación forrada de madera nos hace entrar del todo en calor. El edredón que descansa sobre la cama, regordete y gustoso, invita a meterse bajo él hasta la mañana siguiente. Sin embargo, algo ocurre. El pronóstico meteorológico avisa de que un poco más al sureste el cielo va a estar despejado. Pero no solo eso. El pronóstico avisa también de que la actividad de auroras boreales esa noche va a ser muy alta. No puede ser. No puedo creer que tengamos tanta suerte en nuestra primera noche en Islandia. Pero por más que revisamos las webs donde aparece toda la información sobre el tema, esta se repite.

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El sueño y el cansancio están presentes, sí, ¿pero cómo vamos a negarnos a ir a la caza de las míticas luces del norte? Parece que el lugar idóneo para verlas será en Jökursarlón, un espectacular lago glaciar a casi tres horas de donde nos encontramos…. Eso son tres horas de ida y otras tres de vuelta, mucho camino que hacer y deshacer en una noche. Pero, repito: ¿cómo vamos a negarnos a ir a la caza de las míticas luces del norte? Si existe la más remota posibilidad de que seamos testigo de uno de los espectáculos naturales más bellos del mundo, vamos a ir a por ello. Así que nos enfundamos bien la ropa térmica, polares, guantes, gorros y abrigos, y salimos a la carretera. El camino por la Nº1 a esas horas es absolutamente oscuro. Solo la luz de nuestro coche nos guía y pocos son los vehículos con los que nos cruzamos. La mirada se nos va al cielo continuamente, pero la lluvia aparece de repente y nos acompaña gran parte del camino. Llegamos casi a tirar la toalla. Comenzamos a desesperarnos.

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En Jökursarlón nos damos cuenta de que no somos los únicos cazadores de auroras esa noche. Pero tras estar parados un buen rato, desistimos: las nubes están tapando por completo el cielo y, si hay algo tras ellas, será imposible verlo. Hay que decidir qué hacer. Y entonces, volvemos a apostar: “vayamos un poco más al este”. A unos 10 kilómetros la cámara de fotos nos muestra algo que nuestros ojos no son capaces de ver aún: el cielo se está tiñendo de verde. Paramos el coche y salimos sin pensarlo un segundo. Miramos al infinito sin saber qué buscamos exactamente. Y sí, ya se intuye. La magia está apareciendo. Una leve mancha verdosa baila en el cielo frente a nosotras. Se contonea de un lado a otro suavemente. Algunas nubes quieren fastidiarnos el momento, pero no lo consiguen: sabemos que está ahí.

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Es la aurora boreal. Tenemos ante nosotras el espectáculo de las míticas luces del norte. Respiramos hondo, sonreímos y lo celebramos. Ellas no lo saben, pero nos están regalando uno de los momentos más especiales de todo el viaje. Y el mejor broche final que podíamos tener para nuestro primer día en Islandia.

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NORWEGIAN es una aerolínea de bajo coste noruega que opera desde 14 aeropuertos españoles diferentes. Desde principios de noviembre de 2016, además, ofrece un vuelo directo que une Madrid y Keflavik, el aeropuerto internacional islandés. Además de ser la única aerolínea con base en España que ofrece wifi gratis a bordo, sus precios son muy accesibles: por tan solo 140 euros puedes viajar ida y vuelta a Islandia.Para más información visita la web de Norwegian.

-La mejor manera de moverse por Islandia es, sin duda, de la mano de quien más conoce el lugar. La empresa española ISLAND TOURS, especialista en el destino, lleva años trabajando para poder ofrecer las ofertas de viajes más atractivas. Ya quieras viajar en un tour organizado o a tu aire, échale un vistazo a su web: ¡seguro que encuentras lo que buscas!

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