En más de una ocasión he comentado en este blog que si hay algo que me llama la atención de todos los viajes que hago es la gente. Me encanta fijarme en las diferencias que existen entre personas de una y otra nacionalidad. Más aún cuando, try además de esas diferencias, su cultura y su forma de vida no tienen nada que ver con la nuestra.

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Fue esto lo que me ocurrió el día que visitamos un poblado himba en Namibia. Cuando ya nos encontrábamos preparando el viaje en España, muchos meses antes, era una de las cosas que tenía claras que no quería perderme. Sabía que íbamos a viajar por rincones espectaculares, con paisajes impresionantes y viendo algo que hasta ese momento no habían visto mis ojos: la vida salvaje en todo su esplendor. Aún así, ampoule lo que más esperaba ansiosa era el día en que fuéramos a visitar el poblado himba.

Luego mis deseos peligraron cuando por falta de tiempo vimos que íbamos a tener que alterar nuestro planning inicial y que irremediablemente tendríamos que obviar visitar el norte de Namibia, cerca de Epupa Falls, donde se encuentran la mayoría de poblados de esta etnia.

La suerte se puso de mi parte y, muchísimos kilómetros más al sur del país, cuando atravesábamos la zona de Outjo, diagnosis tuvimos que hacer una parada para comprar alimentos en un supermercado y repostar gasolina. De repente nos dimos cuenta de que numerosas mujeres himba, con sus ropajes, su piel pintada de rojo y sus niños a la espalada se paseaban por esa zona… decidimos preguntar. Resultó que por aquel lugar también existían varios poblados. Nos informaron y nos acercamos hasta uno de ellos.

Hoy día la civilización ha llegado a prácticamente todos los rincones del planeta. Puede que existan algunos donde todavía estén a salvo, pero son los menos. Los himba, por supuesto, estaban hartos de ver a gente occidental por la zona. No se extrañaron cuando les pedimos dar una vuelta por su poblado y conocer sus costumbres. No es que estuvieran organizados para el turismo o los viajeros curiosos que se acercaran, pero estaban comenzando a ver cómo sacarle filón al asunto. Y así fue. Un muchacho de la tribu se encargó de mostrarnos el poblado.

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Los himbas tan sólo llevan viviendo en la zona noroeste de Namibia desde hace 200 años. Tras perder en numerosas batallas a lo largo de los siglos XVIII y XIX, fue a finales de este cuando comenzaron a tener cierto éxito, reunieron un grupo de vacas y cabras y emigraron a la zona donde hoy día están instalados.

Se trata de las pocas tribus africanas que aún hoy mantienen su cultura como antiguamente. Viven básicamente de la ganadería. De hecho, para el hombre himba, sus vacas son de las cosas más importantes en su vida. Son símbolo de estatus y de identidad.

Las mujeres himba dedican su tiempo al cuidado de la familia y de la tribu. Viven en chozas de paja con forma redonda afianzadas gracias a los excrementos de sus propias vacas. Con sus pieles se visten. Con su manteca se pintan la piel. Esta gente, sin su ganado, no serían nada.

Cada mañana la mujer himba realiza una serie de rituales para su aseo curiosísimos. Una de las mujeres de la tribu nos enseñó en qué consistían. Dentro de sus chozas guardan numerosos frascos de barro con diferentes ungüentos. En uno de ellos, el más grande, es donde tienen la mezcla de manteca de vaca y el polvo resultante de machacar una piedras rojizas. Con esto es con lo que cada mañana se untan el cuerpo. No sólo les da ese color rojizo típico de las pieles himba, sino que les sirve para protegerlos del sol y de los mosquitos. Con esto untan también sus cabellos dándoles las formas de trenzas, por ejemplo. El peinado de la mujer himba depende de su estatus dentro de la tribu.

Además de la manteca rojiza guardan en crema perfumes que ellos mismos fabrican. Es la manera de neutralizar los olores corporales. Hay que destacar que los himbas jamás se bañan con agua, como todos conocemos, con lo cual el aseo personal se reduce solamente a esto.

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De sus vacas también extraen la leche con la que se alimentan en gran parte. El día que los visitamos fuimos partícipes de la hora de la comida. Hierven al fuego de las hogueras la leche y la baten hasta lograr una especie de papilla. Era gracioso ver cómo los niños comían de ella metiendo sus manos directamente en las ollas. Algunos de los pequeños se nos acercaban con la papilla en las manos para ofrecernos. Tengo que decir que ninguno de nosotros se atrevió a probarla.

Nuestro guía nos contó mil y una historias de la cultura himba. Uno de los detalles que me pareció más interesante fue el de sus dientes. Cuando la tribu considera que uno de los niños (siempre varón) ha llegado a la  pubertad, celebra un rito. Este consiste en que le extraen, de la forma más salvaje y sin anestesia alguna, los dos dientes incisivos inferiores. Se los arrancan de cuajo. Debe de ser uno de los momentos más desagradables de sus vidas. De hecho, nuestro guía nos comentó que a él se lo hicieron con 12 años y que nunca olvidaría aquel día ni el dolor tan intenso que sintió.

Aunque la mayoría de los himba viven en sus chozas manteniendo así sus tradiciones más ancestrales, existe un atisbo de evolución en su historia. Normalmente conviven tres o cuatro poblados cercanos entre los que existe comunicacióin. Cada uno de ellos tiene su “rey” y su “reina”. De entre todos los niños de esas tribus, unos cuatro o cinco reciben la oportunidad de estudiar en el colegio con el resto de niños no pertenecientes a este tipo de tribus. Se les da la opción de formarse. Algunos de ellos llegan incluso a estudiar una carrera, como era el caso de nuestro guía.

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Pasamos un rato entretenidísimo durante nuestra visita. Disfruté muchísimo de poder jugar con los niños himba, que se prestaban a bromas con su sonrisa más grande en la cara. Les llamábamos la atención tanto como ellos a nosotros. Se ponían nuestras gafas de sol, se miraban y reían al ver las fotos que les hacíamos… pero con la inocencia y naturalidad de los más pequeños.

Además pudimos vivir todo esto en solitario. No existían grupos de turistas haciendo lo mismo que nosotros. Esta zona no ha llegado a ser explotada turísticamente en ese sentido, con lo cual tuvimos mucha suerte.

Si viajáis por Namibia, no podéis dejar de visitarlos. Es una pasada.

 

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