Felicidad. 92 años.

Felicidad. 92 años.

Felicidad. Así se llamaba.

Tenía 92 años y seguía viajando cada día en autobús desde un pequeño pueblo vecino hasta Antigua Guatemala para intentar vender los collarcitos que ella misma elaboraba con sus manos. Unas manos ya arrugadas por el paso de los años. Casi tan marcadas como las de su propio rostro.

Pero Felicidad era feliz. Quizás por eso le pusieron ese nombre el día que nació. Como para marcarle un camino. Y la sonrisa, mientras yo, curiosa, le preguntaba todo aquello que me pasaba por la cabeza, no desaparecía de su cara. Incluso cuando llegó la hora de seguir su camino en busca de otros viajeros a los que intentar vender otro collar. Algo ya impacientada por entretenerla tanto tiempo, con esa misma sonrisa se despidió. Y yo me quedé tan alegre, pensando que había sido un buen final a mis días en la antigua capital del país. Me despedía de Antigua y de Felicidad, pero no de Guatemala.

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Pero claro, he empezado este artículo por el final. El principio comenzó cuatro días antes, cuando tras varias horas de autobús llegamos a la ciudad procedentes del lago Atitlán, algo más al sur del país.

Una pareja española nos había recomendado La Casa de Don Ismael para alojarnos, hacia donde nos dirigimos nada más llegar a Antigua. La ciudad nos dio la bienvenida ya de noche y con la única lluvia que nos sorprendería en Guatemala. Aunque poco importa ese detalle cuando se está de viaje. Aquellas primeras horas ya descubrimos algo que nos encantó y nos ganó de la ciudad: en Antigua se come de maravilla.

Vinos en "El Sabor del Tiempo", un precioso restaurante en el centro de Antigua.

Vinos en “El Sabor del Tiempo”, un precioso restaurante en el centro de Antigua.

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Entre volcanes

La antigua capital del país está custodiada por tres volcanes que le han dado más de un susto a lo largo de la historia: el Agua, el Fuego y el Acatenango. De hecho, la ciudad llegó a sufrir varios terremotos que la destruyeron casi por completo. Sin embargo sus ciudadanos se resistieron a abandonarla incluso en los peores momentos. Con el paso de los años Antigua resurgió y hoy día es una de las ciudades más encantadoras de Centroamérica.

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Desde el Cerro de la Cruz, hasta donde se puede llegar en taxi para después bajar dando un paseo, la ciudad se muestra en toda su grandeza y esplendor. Los colores que decoran las fachadas de las casas son, ya desde lejos, los absolutos protagonistas. Incluso desde arriba se puede entender por qué ese empeño de los guatemaltecos por mantener viva la ciudad.

Vistas de Antigua desde el Cerro de la Cruz

Vistas de Antigua desde el Cerro de la Cruz

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Un paseo para bajar desde el Cerro de la Cruz hasta la ciudad.

Un paseo para bajar desde el Cerro de la Cruz hasta la ciudad.

Aunque para subir a pie hay que pensarlo dos veces, descender se puede hacer tranquilamente atravesando un pequeño parque repleto de enormes árboles y vegetación. Llegado el momento las calzadas empedradas le toman el relevo a los serpenteantes caminos de tierra, y así es como entramos en la ciudad. Las calles se vuelven cuadriculadas, bien estudiadas, y las ruinas de algunos edificios se mezclan con los de otros ya rehabilitados. La esencia colonial se siente incluso a pesar de que la ciudad intenta adaptarse a los tiempos modernos y muchos de sus locales esconden en su interior desde galerías de arte a chocolaterías de diseño.

Chocolatería que montó xxxx, un belga que llegó a Antigua hace ya 15 años y apostó por su cacao.

Chocolatería “Choco la la”, montada por un joven belga que llegó a Antigua hace ya 15 años y apostó por su cacao.

Bombones artesanales hechos en la bombonería Chocola la la. ¡Todos los que probé estaba riquísimos!

¡Todos los que probé estaba riquísimos!

Galería de arte "El Carmen".

Galería de arte “El Carmen”.

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Pero lo mejor, una vez más –y como digo cada vez que hablo de un destino- es pasear por las calles y dejarse llevar. Con mapa o sin él, los reclamos más conocidos de la ciudad irán apareciendo poco a poco. Como el Convento de las Capuchinas, por ejemplo. Un lugar que atrajo mi atención en cuanto leí su historia.

Fueron religiosas llegadas desde Madrid las que inauguraron este lugar. Monjas de clausura que levantaron, en este mismo sitio, un orfanato y un hospital para mujeres. Vivían de las donaciones de los fieles y bajo las estrictas reglas de pobreza, penitencia y ayuno. Aunque el terremoto de 1773 hizo que tuvieran que desalojar el edificio para mudarse a Ciudad de Guatemala, la construcción no dejó de utilizarse. Llegó a ser, incluso, secadero de café y tintorería. Y hoy día, ya rehabilitado, es uno de los lugares más visitados de la ciudad.

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Las 18 habitaciones en las que dormían las monjas capuchinas, una de las partes más interesantes del antigua convento.

Las 18 habitaciones en las que dormían las monjas capuchinas, una de las partes más interesantes del antigua convento.

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Antigua y sus iglesias

Es curioso, pero muchos de los rincones emblemáticos de Antigua son edificios religiosos. De hecho, en su época más gloriosa la ciudad llegó a contar hasta con 38 iglesias. Un detalle que confirma la importancia que llegó a tener en el pasado: fue el epicentro del poder de toda Centroamérica. Poseía una universidad, imprenta, y hasta un periódico. Y, además, concentraba por completo la vida social y cultural de esta zona del continente.

Lo que queda de la iglesia del convento de las Capuchinas.

Lo que queda de la iglesia del convento de las Capuchinas.

Iglesia de la Merced. Uno de los exteriores más bonitos de la ciudad.

Iglesia de la Merced. Uno de los exteriores más bonitos de la ciudad.

Las pisadas sobre los enormes adoquines nos llevan, tarde o temprano, hasta la plaza central del pueblo, conocida como Parque Central. Allí se dan cita vendedoras mayas vestidas con las ropas tradicionales –aunque realmente es posible encontrarlas por toda la ciudad-, músicos callejeros, lugareños y turistas. La vida bulle sin cesar y hasta bien entrada la noche tanto en la plaza como en sus inmediaciones, y no está de más pararse a descansar en uno de sus bancos, a la sombra, y contemplar la escena.

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Y esa es la parte que más me gusta. La que surge de lo cotidiano, sin más. La que se desarrolla de manera natural, porque se repite cada día, aunque nosotros estemos muy lejos. Niños jugando con las palomas, puestos de comida ambulante, autobuses de colores que cruzan las calles en busca de pasajeros y limpiabotas que convierten los zapatos de sus clientes en los más relucientes de la ciudad.

En los edificios que rodean la plaza existen varias cafeterías y bares. Uno de ellos alberga el Palacio del Ayuntamiento, desde cuyos balcones de la primera planta se obtiene una panorámica del parque bastante completa.

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Ruinas con historia

Volviendo a lo religioso, muy cerquita del parque se levanta la inmensa catedral de Santiago. Aunque, más bien debería decir lo poco que queda de ella. Tras el intenso terremoto del 73 la mayor parte de sus techos y paredes desaparecieron. Pero sí se mantienen en pie, plantándole cara al paso de los años, muchos de los enormes arcos de media punta construidos en ladrillo y alguna que otra muralla. A pesar de estar medio en ruinas, es fácil situarse en su interior y localizar cada una de las partes de la antigua catedral.

Ruinas de la catedral de Santigago.

Ruinas de la catedral de Santigago.

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Por la 5ª Avenida

Una de mis calles favoritas es la 5ª Avenida Norte. Porque la mayor parte de las vías no tienen nombre, sino número y orientación. Aunque, a pesar de ello, a la hora de preguntar por una dirección lo más probable es que te indiquen a partir de los comercios que existen en el camino. Como decía, la calle de la que me enamoré sin duda fue de esa 5º Avenida Norte, rematada en uno de sus extremos por el Arco de Santa Catalina. Por él, pintado hoy día de amarillo, cruzaban de una parte a otra de la calle y sin ser vistas las monjas del convento que existió justo ahí en el siglo XVII. Puede que se trate de la estampa más conocida de Antigua, así como la más turística. Pero me da igual. Con sus paredes de colores pastel y su suelo empedrado, es estilo colonial en su máximo apogeo. Y me encanta.

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Esa misma alegría que irradiaba Felicidad cuando me topé con ella por casualidad, se contagia. Porque es imposible caminar por las hermosas calles de Antigua sin estar de buen humor. Porque es bella y señorial. Y de colores, algo que anima hasta al más depresivo de los viajeros. Por eso mientras iba descubriendo poco a poco las entrañas de la ciudad, no paraba de sonreír.

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Cualquier sitio es bueno para montar un puesto de comida ambulante. ¡Como la parte trasera de un coche!

Cualquier sitio es bueno para montar un puesto de comida ambulante. ¡Como la parte trasera de un coche!

Así llegué hasta otra iglesia más, la de Nuestra Señora de la Merced. Con sus palomas revoloteando a la entrada, su ornamentación de escayola destacando sobre su fachada amarilla y sus fieles rezando en el interior. Incluso con su patio anexo que esconde la que dicen es la fuente más grande de toda Hispanoamérica. Antigua no deja de sorprender. También descubrí la iglesia de San Francisco, con Pedro de Bethancourt, nombrado santo, enterrado en su interior y decenas de fieles acercándose hasta aquí para agradecerle sus milagros curativos.

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Típico autobús de Guatemala.

Típico autobús de Guatemala.

Y de esta manera, entre paseo y paseo, se acabaron mis días en Antigua. Me despedí de sus calles, de sus adoquines; de sus coloridas paredes y vendedoras. De sus sabrosas carnes y su exquisito ron Zacapa.

Y me fui de allí feliz: no podía ser de otra manera.

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