Las matrículas de cada estado mexicano son diferentes y son muy originales

“Ladies and gentlemen, welcome to Cancoooun”.

Con estas palabras despertaba de mi profundo “sueño aéreo”. Y es que no sé qué ocurre con los aviones, pero es entrar en ellos y los ojos se me empiezan a cerrar. Es rara la vez que tardo más de una hora en quedarme dormida. Y más aún si el viaje es largo… venía de un vuelo de 9 horas, más una escala de tres horas en el aeropuerto de Atlanta. Ahora, por fin, estaba en suelo mexicano –aunque yo personalmente aún no lo hubiera tocado-. Y la azafata, muy amablemente, acababa de encargarse de recordármelo.

Estampas de México. Valladolid.

Los carteles de los negocios en Valladolid, en muchas ocasiones, están pintados directamente en la fachada

Cancún, la ciudad más poblada del estado de Quintana Roo, en la península de Yucatán. Un paraíso al que muuuchos deciden ir en busca de playas, sol y margaritas. Un destino muy acertado, claro está, pero del que en un principio nos apetecía huir un poco. Así que durante nuestro viaje, realmente, nunca llegaríamos a pisar Cancún.

Aterrizamos a las 9 y media de la noche. La primera sorpresa fue que mi mochila había decidido pasar algunas horas más en el aeropuerto de Atlanta. Quizás, me comentaban, habían visto algo extraño y la habían examinado. “Pues más les vale volver a colocar el tetris de ropa y zapatos correctamente, porque si no a ver quién es capaz de cerrarla de nuevo”, pensé yo. Me ofrecieron un neceser para cubrir las necesidades básicas -cepillo y pasta de dientes, desodorante, una camiseta…- y me prometieron que al día siguiente, por la tarde, tendría la mochila en mi hotel de Valladolid. Aún así podía gastar hasta 50 dólares en lo que necesitara durante esas horas.

Por las calles de Valladolid…

Tras coger (cuidado, intentad no hacer como yo y usar esta palabra en Centroamérica lo mínimo posible!) el coche de alquiler que teníamos reservado, y percatarnos de que el intenso calor iba a ser una constante en nuestro viaje, pusimos rumbo hacia Valladolid, nuestra primera parada. Otra horita y media más de viaje, aunque en esta ocasión fuera por carretera, y llegamos. Allí nos esperaba el alojamiento que también habíamos reservado para las dos primeras noches: el Hotel La Aurora.

Este bonito hotel fue nuestro alojamiento durante los días que pasamos en Valladolid. ¡Muy recomendado!

Entrada a la iglesia de San Bernardino

Puesto de comida callejera en un rincón cualquiera de Valladolid

Antes de que el despertador sonara ya tenía los ojos abiertos de par en par. Mi querido jet lag había comenzado a hacer acto de presencia y continuaría dándome los buenos días durante casi una semana. Tras un desayuno a la mexicana –quesadillas con jamón y guacamole- llegó la hora de descubrir Valladolid, la primera de las cuatro ciudades coloniales que visitaríamos durante nuestro viaje.

Bordados de colores en los trajes mayas más tradicionales

Algo que se fue repitiendo sin cesar tanto en Valladolid como en Campeche, San Cristóbal de las Casas y Antigua, fueron las calles de casitas bajas coloreadas en tonos pasteles. Dispuestas unas junto a otras a ambos lados de la calzada, parecían sacadas de un cuento para niños. Los edificios, de no más de dos plantas, solían contar con amplios patios interiores. Probablemente más adelante otras de las ciudades acabarían por resultarnos bastante más bellas, pero Valladolid, por ser la primera, nos embaucó nada más pisarla.

Más escenas de la vida cotidiana en Valladolid

Las casitas de colores están por todas partes: la huella del pasado colonial

Gran parte del día a día de Valladolid se organiza en torno a su plaza principal, el parque Francisco Cantón Rosado. Allá fuimos a parar el primer día al comenzar a caminar sin rumbo alguno, un poco al azar. Muy probablemente fuera porque nos encontrábamos literalmente a cuatro “cuadritas” -es que eran manzanas muy chiquititas- de ella. La plaza solía estar tranquila durante las horas de la mañana, en las que tan sólo se veía a alguna joven pareja charlando en sus peculiares bancos, o al vendedor de sombreros que, sentado a la entrada del parque, estaba ahí fuera la hora que fuese. Los domingos, al parecer –no tuvimos la suerte de vivirlo- la fiesta se apodera de la plaza y un grupo de música ameniza la velada mientras los vallisoletanos bailan sin cesar.

El señor de los sombreros en la puerta del parque Francisco Cantón Rosado. Siempre estaba ahí.

Las sillas del parque es han hecho bastante conocidas por su original forma

Tequilería con su correspondiente canina en la puerta en una de las calles de la ciudad

Paseando por las calles de Valladolid la sensación era la de estar recorriendo una ciudad que vive a su aire. A un ritmo diferente, más pausado que al que estamos acostumbrados normalmente por estas tierras. Gran parte de la población que vive en esta zona de México es descendiente de los mayas. Sus rasgos son marcadamente indígenas, su piel más oscura de lo normal y su estatura algo más pequeñita de la media. Además suelen ir vestidos de una manera concreta, con ropas de coloridos bordados –sobre todo las mujeres- que hace que se les reconozca incluso desde lejos.

Valladolid

Por casualidad nos encontramos con este pasacalles/procesión religiosa por las calles de Valladolid

La música y los cohetes iban sonando al paso de la procesión

En uno de los edificios que rodea la plaza central se encuentra el bazar municipal, al que fuimos cuando el hambre volvió a apretar. Se trata de un espacio abierto aunque techado, completamente diáfano, al que se accede tras atravesar unos arcos. Nada más cruzarlos los trabajadores de los comercios de comida comenzaron a llamarnos como locos, haciendo aspavientos con sus brazos y agitando los menús en el aire. Era extraño, porque no se acercaban a nosotros, pero sí que estiraban su cuerpo sobre la barra como si les fuera la vida en ello. La verdad es que la escena me resultaba incluso graciosa, aunque algo extraña.

En el bazar municipal de Valladolid se puede comer por muy poco dinero

La oferta gastronómica es enorme

Unos minutos más tarde, hablando con uno de los trabajadores, me explicó: al parecer hasta hace unos años la cosa no funcionaba así. Antes, cuando se llegaba al bazar, los camareros atosigaban al recién llegado para convencerle de que comiera en su negocio. La gente se agobiaba tanto que finalmente el ayuntamiento decidió intervenir y prohibió a los trabajadores que pudieran salir, absolutamente para nada, fuera de las barras de sus locales. Por eso ahora, la única manera que tienen de llamar la atención, es llamando al hambriento de turno de todas aquellas formas que se les ocurra, pero sin poner un pie fuera del local.

Los trabajadores tienen prohibido traspasar esa barra para atender a los clientes

Los edificios religiosos también tuvieron, como cabía esperar, su momento en nuestros paseos. Por supuesto la catedral de San Gervasio, en el lado opuesto de la plaza, fue la primera que visitamos. Aunque si me dieran a elegir me quedaría con la pequeña iglesia de la Candelaria, unas cuantas calles más al norte de la plaza. Su interior es verdaderamente bonito, repleto de detalles muy trabajados.

La iglesia de la Candelaria, de las más pequeñas y bonitas de Valladolid

Campanario de la iglesia de la Candelaria

Tampoco olvido el templo de San Bernardino y el convento de Sisal (¡construido sobre un cenote!), una maravilla a la que llegamos atravesando otra maravilla: la calzada de los Frailes. Este hermoso camino empedrado flanqueado por, cómo no, edificios coloniales de vivos colores, era el que antiguamente recorrían los franciscanos que habitaban en el convento para llegar al centro de Valladolid.

La iglesia de San Bernardino y el convento de Sisal están a un agradable paseo desde el centro de Valladolid

Por las coloridas calles de la ciudad

Escaparate de una barbería en la Calzada de los Frailes

Según íbamos conociendo un poco más de la ciudad entendíamos el por qué se le conoce como “la sultana de oriente”. El resplandor colonial es absoluto. Pero, si tuviera que decidir qué es lo que más me gustó de ella, lo tendría claro: su vida.

Arreglando zapatos…

¡Pollo a la brasa listo!

Porque es cierto que cuenta con lugares realmente bellos. Que su historia es muy interesante –fue fundada en 1543 por el español Francisco de Montejo a unos 50 kilómetros de la costa, pero la intensa humedad y los mosquitos hicieron que se trasladara hasta el centro ceremonial de los mayas conocido como Zací. Una vez conquistada, se refundó la ciudad en el lugar que hoy día ocupa. Anda, ¿habéis visto que resumen más resumido os he dado?-. Que posee una ubicación buenísima y que es un lugar perfecto para tomarlo como campo base para conocer las ruinas y cenotes más cercanos. Pero las escenas cotidianas, las que nos encontramos sin buscarlas, son las primeras que me vienen a la cabeza cuando me acuerdo de Valladolid.

Una bicicletería que había junto a nuestro hotel. En realidad no llegué a verla abierta ningún día

Peluquería Martín

En Valladolid me dio por fotografiar carteles de negocios sin parar. No sé, ¡me hacían gracia…!

Uno de los lugares donde más momentos de este tipo encontramos fue en el mercado municipal. Ya lo he dicho aquí cientos de veces: me vuelven loca los mercados. Y me da igual de qué sean: de comida, de ropa, de artículos para el hogar… Es ese ambiente en constante movimiento, esas charlas entre tenderos y clientes, esos colores que llaman tanto la atención, esos olores, esas costumbres tan diferentes… incluso los sonidos. Esas son precisamente las cosas que me encantan.

La religión está presente hasta en el mercado. ¿Habéis visto el tamaño de los calabacines?

Pimientos de colores

Risas entre costillares y filetes

Una curiosidad que me llamó la atención es que en el mercado de Valladolid no se habla español, como podría suponerse. Lo que más se escucha, sin lugar a dudas, es el maya, una lengua que aún hoy pervive en la mayoría de los estados de Yucatán y del que al menos yo era incapaz de entender una palabra. En esos momentos era como si hubiera vuelto a viajar, como si me hubiera vuelto a trasladar a otro lugar, pero esta vez absolutamente desconocido para mí.

Puesto de carne en el mercado de Valladolid

El exterior del mercado también tiene ese aire colonial tan presente en la ciudad

Después de dos días descubriendo Valladolid, llegó la hora de partir: había que continuar el camino. Un camino que no estaba marcado, pero que sobre la marcha decidimos seguir rumbo a Campeche. Mientras abandonábamos la ciudad montados en nuestro coche, no dejaba de fijarme a conciencia en cada una de las calles que íbamos dejando atrás. No quería olvidar nada, ningún detalle. Valladolid había sido nuestro primer contacto con México y no nos había decepcionado. Lo teníamos claro, sin duda era la mejor bienvenida que podíamos haber tenido.

El cenote Dzitnup se encuentra escondido en una pequeña calle de la ciudad

No dejéis de dar un paseo por la ciudad cuando sea de noche y descubrir su otra cara

DÓNDE COMER:

Me animo a daros un par de datos sobre lugares en los que saciar el apetito porque al menos nosotros salimos muy satisfechos de ellos.

BAZAR MUNICIPAL: Ya os he hablado de él. Con precios súper económicos está genial para desayunar o almorzar. Cuentan con una carta muy extensa repleta de los platos mexicanos más típicos. Genial para una paradita.

Algunos de los platos que puede probarse en el bazar municipal. El zumo es de piña y chaya: tenéis que probadlo, está riquísimo

-HOSTERÍA DEL MARQUÉS: Para darse un homenaje a un precio más que justo. Pertenece al Hotel El Mesón del Marqués, en plena plaza principal. Las mesas están repartidas por el patio interior, que cuenta con una fuente en el centro. Con un ambiente relajado e íntimo se puede disfrutar de una carta con recetas originales y riquísimas. Algunas de ellas, como el pollo flameado con coco, licor de miel de abeja y tequila, la cocina uno de los camareros junto a la propia mesa. Un auténtico espectáculo.

En la Hostería del Marqués