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Plantearte una escapada a Burdeos no es cualquier viaje. Al menos, para mí. Llevaba mucho tiempo, demasiado, fantaseando con recorrer los históricos barrios bordeleses. Queriendo adentrarme en la ciudad de una manera lenta, pausada. Viviendo cada uno de sus rincones. Saboreando sorbo a sorbo sus vinos.

Por fin, a finales del 2017, tuve la oportunidad. Decidimos pasar fin de año, una vez más, de viaje. Encontramos un vuelo a Francia con liligo.com,  en concreto a la ciudad de Nantes y, tras pasar allí unos días, viajamos a Burdeos

Llegué a mi destino soñado una noche de lluvia que, paradójicamente, hizo que me enamorara a primera vista de la ciudad. La inmensa Plaza de la Bolsa, alumbrada y prácticamente para nosotros solos, fue el detonante. Después nos iríamos a cenar a un pequeño restaurante en el centro histórico, tomaría uno de sus famosos caldos y… ¡voilá! Todo lo que había imaginado vivir en Burdeos se haría realidad.

Pero, ingenua de mí, el viaje solo acababa de arrancar. Las siguientes 48 horas fueron claves para completar una experiencia simplemente perfecta repleta de momentos que quiero compartir contigo. Te los resumo en estas 10 propuestas. ¿Preparado? ¡Nos vamos de escapada a Burdeos!

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  1. Pasear por la magnífica Plaza de la Bolsa, ya sea de día o de noche

A ver, seré sincera: quizás el invierno no sea la mejor época para visitar una ciudad como Burdeos: suele llover, hace viento y frío. Pero, a pesar de todo, he de decir que no supuso un problema a la hora de visitarla y que, de algún modo, incluso le dio cierto encanto.

Empezando por la Plaza de la Bolsa, probablemente el lugar más representativo de todo Burdeos. Como ya he dicho, encontrarla prácticamente vacía no es algo que ocurra fácilmente. Y quizás de noche tenga más sentido, pero cuando regresamos para contemplarla a la luz del día, siguió pareciéndonos igual de mágica e igual de poco saturada por el turismo.

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Situada entre el río Garona y el Palacio de la Bolsa, esta extensísima plaza fue la primera brecha que se abrió en las murallas que rodeaban antiguamente la ciudad. Tardó en construirse alrededor de 20 años, comenzándose en el siglo XVIII bajo las directrices de Ange-Jaques Gabriel, arquitecto real.

Pero si tuviera que quedarme con algo de esta zona monumental sería, sin duda alguna, con el famoso e inmenso Espejo de Agua: 3.450 m2 de explanada que se rellenan con hasta 2cm de agua generando unos efectos de espejo y niebla absolutamente maravillosos. Sí, ya sé que en las fotos que acompañan este artículo no se ve así: en los días que pasé en Burdeos no estuvo funcionando en ningún momento. Pero es igualmente hermosa, ¿no crees? 

Junto a la Plaza de la Bolsa se ubica, por cierto, la Puerta de Cailhau, que hace las veces de entrada al barrio de Saint Pierre. De estilo gótico-renacentista, mide 35 metros de altura y fue construida a finales del siglo XV, cuando funcionaba tanto como torre defensiva de la ciudad como arco del triunfo. Otro de esos encantadores rincones con los que cuenta Burdeos.

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  1. Visitar la Catedral de Saint André 

Porque, solo así, podrás contemplar las hermosas vistas que se divisan desde los 50 metros de altura de la Torre Pey Berland, una de las dos con las que cuenta la catedral –de las cuatro que se proyectaron durante su construcción-.

Desde arriba, una panorámica preciosa de la ciudad de Burdeos que, con sus característicos tejados naranjas, se desparrama bajo tus pies. Eso sí, ¡antes tendrás que coger fuerzas y subir los 231 peldaños de la escalera de caracol que llevan hasta allí! Sin embargo, solo por la sorpresa de las vistas, ya merece la pena la visita.

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Pero la catedral es mucho más: aunque de origen románico, se trata de un monumento de estilo gótico en el que predomina la decoración de estilo renacentista. Una de esas mezclas tan auténticas que resultan por los devenires de la historia. Un buen paseo para admirar el exterior antes de adentrarte en su nave central y capillas, es algo más que obligado. 

Como curiosidad, se trata de la iglesia más antigua de toda la ciudad y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 98 al encontrarse dentro del Camino de Santiago francés.

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  1. Descubrir los encantos del barrio de Chartrons

Estaba claro: una de las cosas que más me atraía del viaje a Burdeos era perderme por las callejuelas de este mágico barrio muy cercano al Garona. Porque sí, como siempre, esa es la mejor manera de enfrentarse a un lugar repleto de encanto. Dejándote llevar por tu instinto.

Y así fue como, poco a poco, fuimos topándonos con galerías de arte, anticuarios, muestras de arte urbano y pequeños rincones como La Conserverie, una de esas tiendas/abacerías con solera compuesta por varias estancias que más la hacían parecer una casa que otra cosa.

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Con mesas de madera, paredes repletas de cuadros, libros en cada repisa y una luz tenue que invitaba a buscar un huequito en alguno de sus sillones, apetecía, simplemente, dejar pasar las horas con una copa de vino en la mano. Un piano daba el toque perfecto al ambiente, aunque lo que sonaba era piano, sí, pero por un antiguo altavoz. 

El barrio de Chartrons, cuya arteria principal es la Rue Notre Dame, fue en el pasado el lugar donde se instalaron los cartujos, para en el siglo XV dar paso a grandes almacenes en los que se guardaban vinos. A partir del S.XIX, sin embargo, los tratantes comenzaron a construir palacetes que le dieron un aire más señorial al barrio, algunos de las cuales aún se pueden contemplar hoy día.

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  1. Recorrer la popular Rue de Sainte Catherine

Tiendas y más tiendas. En eso consiste la que está considerada una de las avenidas comerciales más largas de Europa, la Rue de Sainte Catherine. Y es que, a lo tonto, al recorrerla de punta a punta –o lo que es lo mismo, desde la Place de la Victorie a la Place de la Comédie-, estarás caminando más de un kilómetro.

¿Lo mejor de este lugar? Sin duda, sus comercios, algunos de ellos tan ideales que solo se te ocurrirá hacerle fotografías desde todas las perspectivas posibles. Una recomendación es hacer parada en la chocolatería y galletería Masions George Larnicol, situada frente a la esquina norte de la calle. Entrar en ella es sumergirse en el paraíso para los golosos como yo. Por supuesto, no hubo remedio: ¡salí de allí con una buena bolsa de bombones de diferentes estilos y sabores! Todavía hoy sueño con ellos…

Por cierto, como curiosidad, a aproximadamente la mitad de la calle se halla una pequeña plaza, llamada Saint Project, que reconocerás por la cruz que allí se encuentra levantada desde 1977.

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  1. Deslumbrarse ante la inmensa Place Quimconces

Si hablaba de inmensidad cuando nombraba la Plaza de la Bolsa, aquí no puedo hacer menos. Este extenso terreno junto al mismísimo centro histórico de Burdeos se trata de la Place Quimcones, la plaza más grande de Francia –solo hay que verla para imaginarlo- y una de las más grandes de Europa. ¡Ahí es nada!

Aunque la plaza en sí misma tampoco es demasiado atractiva, lo cierto es que se construyó en el lugar donde en el pasado se halló el castillo de Trompette y hoy día se utiliza, normalmente, para llevar a cabo eventos. Conciertos, mercados, circos… Cualquier propuesta es buena para llenar de vida estos 126.000 m2, ¿no crees?

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Toda la atracción de este lugar se la lleva uno de sus extremos: el lugar donde se levanta la imponente Columna de los Girondinos. No estará de más que pasees a su alrededor y contemples cada uno de sus detalles: son maravillosos. Este monumento fue levantado entre finales del siglo XIX y comienzos del XX en honor a todos aquellos franceses caídos durante la Revolución Francesa.

En la zona baja, sobre el pedestal, podrás ver enormes esculturas ecuestres y de soldados. En lo más alto, donde acaba la columna, una estatua que representa la libertad le pone la guinda a este grandilocuente pastel.

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  1. Adentrarse en el barrio de Saint Michel

Otra de las joyitas de Burdeos –ya sabes que a mí lo que me tira son las zonas más auténticas- es este barrio en el que la raíces mestizas de sus vecinos se ven reflejadas en comercios y restaurantes. A pesar de que la gentrificación está haciendo huella y se va notando el cambio, no deja de ser un lugar curioso por el que pasear relajadamente.

Una parada obligada está en la basílica de Saint Michel, una joya del gótico que constituye el centro neurálgico del barrio. Junto a ella, la famosa “Flecha”, una torre que, como ocurre con la catedral de Saint André, se encuentra separada del edificio principal. Con sus 114 metros se trata de la más alta del sur de Francia y todo un icono de la ciudad. 

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Algo que apuntar es que todos los lunes y sábados por la mañana se monta bajo la torre un mercadillo en el que se puede encontrar prácticamente de todo, creándose un ambiente que demuestra que Saint Michel se trata de uno de los barrios más alegres y vivos de toda la ciudad.

Si recorres desde este punto la Rue de Portail y, posteriormente, la Rue de Hamel, llegarás de frente a un rincón imprescindible de Burdeos: el Marché des Capucins. Este animado mercado, el más grande de la ciudad, cuenta con numerosos puestos de comida y flores en los que no cuesta absolutamente nada entretenerse. Los puestos de quesos son una auténtica locura: la variedad es tan grande que no sabrás por dónde empezar.

Uno de los ratitos más agradables que pasé fue sentada en Chez Jean-Mi, uno de los bares que hay en el interior del mercado. Conseguir una pequeña mesa puede costar trabajo, pero merecerá la pena: en un entorno repleto del jaleo propio de un mercado, con una ración de marisco fresco, ostras y una copita de vino blanco de la casa por delante, completarás todos los elementos para una experiencia, te aseguro, inolvidable.

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  1. Dejarse sorprender por el Palais Gallien

O, lo que es lo mismo, por un auténtico anfiteatro romano construido en el siglo III. Así es: encajado entre callejuelas de un popular barrio bordelés –muy cercano al hermoso Jardín Público, por cierto- se encuentran estas ruinas absolutamente increíbles de las que hoy día solo quedan algunos arcos y muros que permiten imaginar, aunque sea vagamente, cómo tuvo que ser este enclave en su momento.

Y es que, no se trata de cualquier cosa: el anfiteatro tuvo en su día capacidad para 17.000 espectadores, ni más ni menos. En su arena se llevaron a cabo luchas entre gladiadores y fieras de todo tipo en la que supuso una de las épocas más radiantes para la ciudad. Hasta la llegada de los romanos en el año 60 antes de Cristo, lo que actualmente es Burdeos se trataba del asentamiento galo de Burdigala. 

Disfruta en la distancia del perímetro en el que se encuentra el Palais Gallien, que está cercado por vallas y rodeado por un jardín. Y admira cada detalle de lo que aún queda de aquel impresionante anfiteatro. Una parada que marcar en el mapa, ¡no lo olvides!

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  1. Deleitarse con su gastronomía

Ya he hablado de sus quesos. También de su marisco. Por supuesto, de su chocolate. Pero podría seguir y seguir completando un estupendo menú bordelés añadiendo a la lista otras exquisiteces como los sabrosos embutidos, el foie gras, el confit de pato o los dulces más típicos de la ciudad: los canelés.

A los que nos gusta disfrutar del buen comer se nos hace la boca agua con tan solo pensar en organizar los almuerzos y cenas. Acabamos parando cada dos pasos en todo tipo de comercios dedicados a la gastronomía para catar esto o aquello. Somos felices cuando llega el momento de elegir restaurante, porque para nosotros, comer supone una parte importantísima del viaje. ¿Qué es una ciudad o un país sin su gastronomía? En ella se concentra gran parte de la esencia de cada lugar.

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En Burdeos tuve la oportunidad de probar varios lugares y, me atrevo a decir, acertamos en cada uno de ellos. Pero el restaurante con los que sin duda me quedaría –además de con el Marché des Capucins y la abacería de La Conserverie-, es el Bistro Réno, en el 34 de la Rue du Parlament. 

Uno de esos lugares para disfrutar con tiempo, saboreando pacientemente cada plato y cada sorbito de vino. La atención del personal es para quitarse el sombrero. La oferta de la carta, actualizada cada día con nuevas recetas, hace que casi no puedas resistirte a cada una de las opciones. Es necesario reservar porque normalmente está bastante lleno, pero con suerte, ya sea en el primer turno o en segundo, lograrás que te hagan hueco.

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  1. Volverse loco en la Cité du Vin

Y es que es para enloquecer. Este templo dedicado al vino, una auténtica oda hecha edificio a uno de los placeres más grandes que existen, es una parada obligadísima en un viaje a Burdeos.

Un paseo desde el centro histórico de la ciudad lleva, siguiendo el cauce del Garona, hasta el inmenso edificio donde se ubica el museo. El exterior es absolutamente impresionante: ya desde la lejanía, la forma contorsionada del edificio, que teóricamente simboliza la forma del vino al caer en la copa, deja sin palabras.

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Una vez dentro toca enfrentarse a todo un universo de más de 14 mil m2 dedicados al vino. El ticket de entrada no es para nada barato –alrededor de 20 euros-, pero una vez vivida la experiencia puedo asegurar que merece la pena. Todo el recorrido está repleto de juegos y paneles interactivos en los que aprender, utilizando los cinco sentidos, cada detalle de la historia y la esencia del vino, ya no solo de Burdeos, sino de los producidos en las diferentes partes del mundo.

Tras pasar horas entretenidos recorriendo sus múltiples salones, el punto culmen de la visita llegará al final, cuando tras subir a la última planta, toca disfrutar de una rica copa de vino –incluida en la entrada- mientras se admiran las estupendas vistas de la ciudad y del Garona. 

Aunque, faltaría añadir algo más: la visita a la vinoteca ubicada en planta de entrada al edificio. Miles de vinos de todas las partes imaginables del mundo se conservan en las repisas de la tienda esperando a ser elegidos. Lo triste de viajar con equipaje de mano es, claro está, no poder llevarte ninguna a modo de souvenir. ¡Otra vez será!

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 10. Maravillarse en la cripta de Saint Seurin

Y llega el número 10 de la lista y a mí se me acumulan las ideas en la cabeza. Burdeos es tan bella, que prácticamente cualquier rincón de la ciudad merecería ser reconocido como imprescindible. Pero también es buena idea ir descubriéndolos por uno mismo mientras se pasea por la ciudad. Así la sorpresa será mayor.

Así que, llegado el momento de escoger, me quedo con otra iglesia más: Saint Seurin. ¿Y qué tiene esta de especial? Pues, sencillamente, sus simpleza. Eso y que es uno de los vestigios romanos más antiguos de los que se conservan en la ciudad

Se encuentra ubicada en la Place des Mártyrs de la Résistance y es de origen románico, construida aproximadamente en el siglo VI aunque reformada en numerosas ocasiones a posteriori. De su primera época aún conserva algunas partes, como por ejemplo la cabecera o la cripta, descubierta por casualidad cuando se llevaban a cabo unas excavaciones.

Esta última es visitable y se accede a ella por unas estrechas escaleras en el lado derecho de la iglesia. Si coincide con que no hay más personas visitándola en ese momento, como nos ocurrió a nosotros, caminar entre los antiguos sarcófagos que se conservan allá abajo llega a ser un tanto… inquietante. Pero muy recomendado, eso sí. Por algo la iglesia está declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

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10 + 1. Contemplar el hermoso Puente de Piedra

Y una maravilla más de regalo. Hasta no hace tanto tiempo, lo años 60 para ser exactos, se trataba del único puente que existía en Burdeos. Y eso que tenía ya sus añitos: fue mandado construir por mandato del mismísimo Napoleón, así que imagina. Contemplarlo al atardecer, cuando el cielo comienza a mutar de color y las farolas que lo alumbran empiezan a encenderse, es verdaderamente hermoso.

Como también lo es pararse a observarlo a cualquier hora del día, no nos vamos a engañar: mientras las aguas del Garona corren con fuerza bajo sus arcos, él se mantiene ahí imponente, haciendo frente al paso de los años como si el tiempo no fuera con él.

Una de la curiosidades que me encantaron cuando la conocí fue descubrir la razón por la que está compuesto de 17 arcos, es que son las letras del nombre de Napoleón Bonaparte: un arco por cada una de ellas. ¿Algo hecho a conciencia o casualidad? No sé por qué, pero me inclino más por la primera de las opciones…

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Y con esto llega el punto y final a un recorrido por aquello que más me maravilló de esta ciudad francesa.

Burdeos, una ciudad fantástica repleta de atractivos. Con rincones llenos de historia. Con monumentos que sorprenden constantemente. Con una gastronomía que deja el mejor de los sabores de boca. Un rincón del sur de Francia en el que perderse… y que no nos encuentren.

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